lunes, 21 de noviembre de 2011

RODRÍGUEZ EL NECRÓFILO

El socialista José Luis Rodríguez Zapatero, Rodríguez –le pasa lo mismo que al líder socialista que lanzó la Guerra Civil, Francisco Largo Caballero, que no le gustaba que le llamasen por su primer apellido-, comenzó su gobierno aprovechándose de 192 asesinados el 11 de marzo de 2004.
Durante todo su mandato de más de 7 años y con el pretexto de la denominada “memoria histórica”, el necrófilo Rodríguez rebuscó entre los muertos los restos de Federico –Federico García Lorca el poeta asesinado y que nadie quiere recordar que fue protegido hasta su último momento por falangistas- para hacerse la foto, una fotografía que hubiera valido no mil muertos sino un mandato.
Pretendió meter sus manos en la tumba de Franco, el antiguo dictador y líder de la mayoría de los españoles, entre ellos el del padre de Rodríguez, pero tuvo que conformarse con el acto de “valentía y arrojo” de quitar con nocturnidad y alevosía la estatua del dictador.
Bailando con muertos. El hijo de papá de Valladolid quiso seguir riéndose y aprovechándose de los muertos, y con premeditación y toda la mala intención el necrófilo Rodríguez eligió la fecha del 20 de noviembre para celebrar elecciones generales -quería pasar a la historia y pasó: ¡españoles Rodríguez ha muerto!-, “el mes de los muertos” que escribiera el anarquista Juan García Oliver; el día de la muerte de Francisco Franco, el día del fusilamiento con el visto bueno del gobierno socialista del Frente Popular de José Antonio Primo de Rivera, y el día del fallecimiento de Buenaventura Durruti, herido de muerte a traición el día anterior: pero fueron los vivos los que arrastraron a Rodríguez a su tumba política.

A mediados del 1.700 el catedrático de matemáticas y genial escritor Diego Torres Villarroel afirmaba en su libro Vida…:
“A los muertos, ni los sube ni los baja, ni los abulta ni los estrecha, la honra o la ignominia con que los sacan segunda vez a la plaza del mundo los que se entrometen a historiadores de sus aventuras; porque ya no están en estado de merecer, de medrar, ni de arruinarse. Los aplausos, las afrentas, las exaltaciones, los contentos y las pesadumbres, todas se acaban el día que se acaba”.

“Dios quiere que todos los seres humanos se salven” (1Tm 2:3-4), por eso, porque no soy Dios, deseo que el señorito de Valladolid que pasea por Papalaguinda contando nubes, los muertos no le dejen en paz el resto de su vida y que al final de la misma se vaya con su amo y fiel servidor Satanás.

Ángel Manuel González Fernández, 21 de noviembre de 2011.


Aznar, cobarde no... ¡peor que cobarde!

Antes que nada hay que afirmar, que si la banda terrorista secesionista ETA en su fundación se hubiese declarado carlista y de derechas no habría durado ni un año.  A nadie le tendría que extrañar que entre la ETA y el PSOE se hayan hecho favores más de una vez, al fin y al cabo ambos son camaradas de izquierdas y saludan con el puño en alto.

Ejemplo de favor fue el 19 de abril de 1995 con el atentado con bomba contra el líder de la oposición, José María Aznar López, y cuya explosión costó la vida a Margarita González Mansilla. Unas semanas antes del atentado: "responsables políticos del Ministerio de Justicia e Interior abortaron el pasado mes de marzo una operación policial en el sur de Francia para detener a la actual cúpula de ETA”: El Mundo, 16 de agosto de 1995. Menos de 24 horas antes del atentado, el ministro de Interior y Justicia, el socialista Alberto Belloch, había asegurado al militante del PP, Jaime Mayor Oreja, “que el PP no era objetivo inmediato de ETA”: El País, 22 de abril de 1995, p. 15. Y “hasta una hora y diez minutos después de la acción terrorista no se dio la orden para llevar a cabo la operación Jaula”: El Mundo, 21 de abril de 1995.                                                                                                             

Para rematar la gravedad del caso, el miserable mensaje de José María Aznar López al Comité Ejecutivo de su partido: “El PP tiene que pasar página de todo lo sucedido y recuperar la normalidad electoral”: El Mundo, 25 de abril de 1995": Cobarde no...¡ peor que cobarde!

Después de escribir eso, buscando entre mis papeles encuentro la copia de una carta con fecha 24 de enero del 2006 que personalmente llevé a FAES, carta que fue entregada a quien se presentó como secretario personal. Abrió el sobre, leyó la carta y en un momento hizo un gesto de asombro, volvió a meter  la carta en el sobre y mientras se despedía amablemente dándome la mano me dijo que se la pasaría al señor Aznar. La carta tiene 26 renglones escritos a máquina y entre otras cosas escribí:            

"Soy de los que afirman que las páginas de la Historia no se deben pasar sin esclarecer la verdad, por eso me permito hacerle tres preguntas, tres preguntas cuyas respuestas usted ha tenido el tiempo y los medios suficientes para llegar a la verdad de los hechos:

19 de abril de 1995:

1ª. ¿Por qué el ministro de Justicia e Interior, el socialista Juan Alberto Belloch, 24 horas antes del atentado había asegurado a los militantes del PP, Jaime Mayor Oreja y Rodolfo Martín Villa, que la cúpula del PP no era objetivo inmediato de atentado?

2ª. ¿Por qué una semana antes del atentado fueron suprimidos los agentes policiales de contra vigilancia y la protección policial estática del portal de su vivienda?

3ª. ¿Por qué después del atentado se tardó más de 1 hora en montar la "Operación Jaula"; es decir, el control de todas las salidas de las carreteras de Madrid?

Ni que decir tiene Sr. Aznar, que usted es muy libre de no haber investigado nada, como así se desprende de las páginas de su libro "Retratos y perfiles", de pasar página -nunca mejor dicho-, de guardar silencio e incluso de llevárselo a su tumba.                                                                                              

Esperando su respuesta a las tres preguntas, le saluda.

 Ángel Manuel González Fernández".

Nunca recibí respuesta a las tres preguntas, porque ciertamente, ¡qué va a responder quien es peor que un cobarde!                                      

Septiembre de 2010.


Como se darán cuenta los lectores, en el escrito hay acusaciones muy graves que nunca recibieron respuesta, ni investigación, ni juzgado ni cárcel...: nada.
De los asesinos de Margarita González Mansilla…: nada.
Y ya por último, el sujeto cobarde que años después llamó a los asesinos terroristas secesionistas «Movimiento Vasco de Liberación», y concedió la nacionalidad española a extranjeros que vinieron a España «a matar fascistas porque alguien debe hacerlo»:  https://www.abc.es/historia/20130625/abci-george-orwell-guerra-civil-201306241730.html


domingo, 1 de mayo de 2011

EL RECHAZO A LAS APARICIONES DE LA VIRGEN EN EZQUIOGA Y SUS CONSECUENCIAS EN EL PASADO, PRESENTE Y FUTURO

En el tema “Una Señora guapísima” anunció en 1933 la Guerra Civil española traté una parte de las apariciones de Ezquioga, fijándome solamente en su importante anuncio de profetizar la Guerra Civil española, y, en el tema Clérigos asesinados en la zona nacional, que guarda relación con el anterior, quedaba de manifiesto el problema secesionista de la iglesia nacionalista vasca; ahora, sirviéndome de los trabajos de dos investigadores presento esta síntesis sobre las apariciones de la Virgen en Ezquioga y sus consecuencias e importancia en el pasado, presente y futuro de España.
Lo profetizado se ha ido cumpliendo, y como aquellos milicianos comunistas vascos que durante la Guerra Civil encontraron y leyeron el perseguido libro de las apariciones de Ezquioga, el creerlo o no es una cuestión personal de cada uno.
Las fuentes son:
A: José María Sánchez de Toca. Los profetas de la piel de toro. Astorga, León, 2009.
B: William A. Christian Jr. Las visiones de Ezkioga. La Segunda República y el Reino de Cristo. Barcelona, 1997.


1. Las apariciones:
“El 14 de abril de 1931 un gobierno provisional nombrado por sí mismo se hizo con el poder que había dejado abandonado el rey y sus ministros y proclamó la Segunda República Española.
A los dos meses y medio, los católicos españoles, que eran abrumadora mayoría de la población, tenían motivos para temer lo peor, horrorizados por los incendios de iglesias y conventos. Aunque el episcopado español había aconsejado sumisión al nuevo régimen, éste al cabo de un mes puso en la frontera a Mateo Múgica, obispo de Vitoria, y poco después al cardenal Segura, primado de España.
Entonces la Virgen se apareció en diversos lugares. En Ezquioga (Guipúzcoa) las apariciones fueron multitudinarias y anunciaron la persecución religiosa, la guerra civil y la segunda guerra mundial, así como los tres días de tinieblas y otros acontecimientos terribles que felizmente no han ocurrido. Las apariciones fueron bien acogidas por el pueblo pero sufrieron el acoso, prácticamente circular, de los poderosos de la época y fueron prohibidas por el ordinario del lugar.
El 19 ó 20 de junio de 1931, Ignacio Galdós, concejal de Ezquioga, pueblo cercano a Zumárraga, en el Goyerri, las tierras altas guipuzcoanas, tuvo un accidente cuando llevaba su carro de bueyes cargado de troncos. Una señora vestida de negro le ayudó, puso a los bueyes de pie tomándoles por un cuerno y evitó que el hijo de Ignacio, que iba montado en el carro, cayera por un terraplén. Cuando lo contó nadie le creyó y en la taberna se burlaron de él, a pesar de que era un respetado cashero.
Diez días después, a la hora del ángelus (el crepúsculo vespertino) del 30 de junio de 1931, los niños Antonia y Andrés Bereciartúa, que volvían a casa con la leche que habían ido a buscar a un caserío, se toparon con una señora vestida de blanco que llevaba un manto negro, corona de oro y tres estrellas luminosas, a la que identificaron con la Virgen. Las apariciones exhortaban a la conversión, la oración y la penitencia para salvar a España y al mundo entero, y para evitar los castigos que amenazaban" (A, pp. 227 y 228).

2. La nacionalista iglesia vasca:
“El obispo de Vitoria, Mateo Múgica, fue autorizado a regresar a España el 13 de mayo de 1932, pero no pudo volver a su diócesis hasta un año después. En cuanto llegó a Vitoria el 11 de abril de 1933, ordenó a los párrocos que hicieran retractarse a los videntes.
Las disposiciones del vicario, cada vez más drásticas, habían prohibido la asistencia a la campa, primero a los eclesiásticos, después a los videntes, y finalmente también a los laicos. Ahora, Múgica dejaba a la niña Benita Aguirre sin sacramentos, la prohibió que se le apareciera la Virgen, y amenazó de excomunión a sus padres si la niña tenía visiones en casa. El obispo prohibió que los párrocos dieran la comunión a los videntes que tuvieran apariciones y a los laicos que acudieran a la campa.

Las apariciones de Ezquioga también se vieron atrapadas en las tensiones reinantes entre el cardenal Segura, primado de España, y el nuncio Federico Tedeschini. Segura, a quien la República había desterrado a Roma, era un hombre ascético y espiritual que creía en apariciones y en los documentos de la Madre Rafols, mientras que el nuncio era un mundano príncipe italiano que informó sobre Ezquioga al Secretario de Estado vaticano de entonces, cardenal Pacelli (después, Pío XII), el 14 de octubre de 1932, “congratulándose de que la colaboración del gobierno civil daría pronto fin a las apariciones” (A, pp. 231, 233 y 234).

3. La fanática izquierda anticlerical:
“En agosto de 1931 el gobierno de la República había respondido serenamente con el ejemplo de Lourdes a una interpelación parlamentaria sobre Ezquioga, pero comisionó discretamente a Gregorio Marañón a que investigara los hechos, y éste, que era el médico más famoso de España, informó que “los fenómenos de Ezquioga no pertenecían a la Ciencia sino a otros estados de conciencia”.
El 13 de agosto de 1931 en una agitada sesión en las Cortes se trató el tema de las apariciones de Ezquioga. El diputado republicano radical socialista Antonio de la Villa Gutiérrez afirmaba que "a la sombra de esa Virgen de Ezquioga se está conspirando contra la República", y pedía al ministro de la Gobernación que tomase medidas: "Sr. Ministro de la Gobernación, en Ezquioga se reúnen de 5 a 6.000 almas todos los días". A lo que el ministro de la Gobernación el republicano conservador Miguel Maura Gamazo respondía: "El que unos católicos se reúnan creyendo -porque lo crean o porque no lo crean-, se reúnan, digo creyendo ver una aparición y están allí durante unas horas rezando el rosario, ¿vale la pena de que la Cámara española considere que está en peligro la República por eso?":
Diario de Sesiones de las Cortes Constituyentes de la República Española. Nº. 385, pp. 392 a 394.
Un año después, en septiembre de 1932, Azaña, presidente del gobierno, visitó Guipúzcoa y el gobernador civil Pedro del Pozo, amigo y confidente suyo, recibió sus instrucciones directas de “no consentir más milagros”. El ejército realizó maniobras en Ezquioga y la Guardia Civil impidió el acceso a la campa. Del Pozo nombró juez especial a Alfonso Rodríguez Dranguet, un masón que había matado un guardia civil en los disturbios previos a la República, quien hizo detener a los videntes y el 11 de octubre de 1932 comenzó a interrogarlos por los delitos de estafa y sedición.
La connivencia entre el gobierno civil y el obispado de Vitoria quedó al descubierto. El juez encerró al Padre Burguera una semana en la cárcel de Ondarreta, y a los demás videntes quince días en el manicomio de Mondragón, donde los facultativos tuvieron que excusarse con los videntes por encontrarlos perfectamente sanos, aunque hallaron cierto retraso mental en tres de los videntes varones” (A, pp. 231 y 232).
“El 14 de julio de 1931, Patxi Goicoechea vidente nacionalista, vio a la Virgen bendecir con expresión severa los cuatro puntos cardinales con una espada. Los periódicos de izquierdas, que hasta entonces habían bromeado con las visiones pidieron rápidamente la intervención del gobierno.
El 19 de julio, el periódico republicano La Voz de Guipúzcoa, denunciaba la utilización “de una alucinación” como parte de una conjura “derechista-separatista” y la provocación de “la intolerancia y la guerra civil”. Un diputado republicano advirtió en El Liberal de Madrid que Ezkioga era el producto de un clero “dispuesto a remangarse la sotana, empuñar el fusil y lanzarse al monte”
(B, p. 48).

4. El racista y secesionista nacionalismo vasco:
“Al principio, los nacionalistas vascos, importante fuerza política nacional, habían acogido las apariciones como un signo del Cielo.
Engracio Aranzadi escribía el 8 de julio [El Día, 11 de julio de 1931]: “¿No será que el Cielo trata de confortar el ánimo de los vascos leales a la fe de la raza?” (A, p 232).
“Aranzadi era el sucesor de Sabino Arana como ideólogo del Partido Nacionalista Vasco.
El semanario pronacionalista Argia llegaba a la conclusión de que “aundia Euskalerriari Jaungoikoak dion onginaia” (es grande el buen deseo que Dios tiene hacia el pueblo vasco)” (B, pp. 47 y 48).
“En consecuencia, el Euzkadi Buru Baztar, órgano supremo del partido, designó a tres miembros para que acudieran a Ezquioga a preguntar a la Virgen qué tenía que decir a Euzkadi. Los comisionados fueron a la campa e hicieron la pregunta a través de la niña Benita Aguirre, que a su vez preguntó a la Virgen.
La respuesta, en castellano, fue que la Virgen venía para toda España y que si había elegido Ezquioga era porque en ese momento estaba allí la mejor gente de España, pero que no siempre sería así. Esta respuesta, unida al hecho de que los mensajes se referían constantemente a España sin mencionar a Euzkadi, fue una desilusión para los nacionalistas. Cuando unos peregrinos navarros de Mendigorría llevaron a la campa pancartas que decían “Madre, ¡Salva a España!”, el órgano del partido [Euzkadi, 15 de julio de 1931] escribió ácidamente:
“Estos vivas y gritos que se guarden para ellos. ¿Por qué no fueron a apagar los conventos que quemaron en Madrid y en Sevilla? Los que quemaron los conventos eran españoles, aunque muchos de los que estaban dentro de los conventos eran vascos”.
Más tarde, cuando estalló la guerra civil, los gudaris (soldados del gobierno de Euzkadi) buscaron los libros de Burguera para quemarlos. Sin embargo, la edición estaba en una casa de Elorrio que los comunistas vascos habían convertido en cuartel para dos de sus batallones, donde los milicianos lo leían con avidez y se convirtieron muchos. Después, cuando los nacionales entraron en Elorrio, la edición ya no estaba allí, pero no porque los comunistas la hubieran quemado o destruido, sino porque la habían difundido por todo el país vasco” (A, pp. 232 y 233).

5. El prepotente nacionalcatolicismo franquista:
“El círculo de enemigos de las apariciones se completó en 1937, cuando las tropas nacionales conquistaron el Goyerri. La autoridad militar metió algunos videntes en el manicomio, y a otros los desterró o amenazó con hacerlo. Dos años después de acabada la guerra, la Dirección General de Seguridad todavía hizo detener a un devoto a instancias del vicario general de la diócesis de Vitoria (que ahora era Lazurica), que le acusó de separatista. Afortunadamente el detenido tenía un hijo sacerdote que pudo demostrar la falsedad y liberarlo en dos semanas” (A, p. 233).

Conclusión y consecuencias:
“Se calcula que la campa de Ezquioga tuvo un millón de visitantes en 1931, con un pico de asistentes de 70.000 personas el 16 de julio de 1931.
La Virgen se manifestaba a muchos hombres y mujeres, ya fueran habitantes de Ezquioga, visitantes, curiosos o peregrinos.
El vidente Cruz Lete se hizo hermano de San Juan de Dios lo mismo que su grupo de amigos y murió en olor de santidad en 1933. Otra devota vidente de Ezquioga, Conchita Mateos, se hizo monja clarisa junto con otras catorce jóvenes.
En Ezquioga nunca hubo comisión eclesiástica de investigación después de la que formó el párroco; y los mensajes de Ezquioga nunca han sido estudiados a la luz de los acontecimientos nacionales, mundiales y eclesiásticos ocurridos desde entonces. En Ezquioga la Virgen se aparecía como Mater Dolorosa con una espada en la mano y el rosario en la otra; en 1931 aquello se interpretó como un anuncio de guerra, sin que nadie se le ocurriera que el rosario era la mansa alternativa a la espada.
Después, una generación tuvo paz hasta que en 1968 comenzaron los asesinatos en serie, cuyas víctimas han sido mayoritariamente vascas, y cuyos asesinos recibieron aliento y complicidad donde sólo hubieran debido oír exhortaciones al arrepentimiento y la penitencia. Aquella cristiandad pujante y misionera se secularizó y los seminarios se vaciaron. Curas rebotados y frailes que habían colgado los hábitos se encaramaron a los puestos dirigentes de la sociedad. Cuando el Papa visitó Guipúzcoa en 1982, el presidente del gobierno autónomo no fue a recibirle, alegando que tenía otros compromisos.
Vistos los hechos tantos años después, mi impresión es que en Ezquioga hubo de todo, según la vieja experiencia cristiana de que donde se manifiesta Dios no anda muy lejos el diablo. Pero al árbol ha de juzgársele por sus frutos y en Ezquioga se produjeron conversiones, vocaciones y curaciones, y se profetizaron hechos que el tiempo ha verificado.
Contra toda evidencia se negó en bloque el carácter sobrenatural de las primeras apariciones multitudinarias de España, en las que millares de devotos esperanzados recibían mensajes de contenido profético. Y así, Ezquioga, que hubiera debido ser una bendición, se convirtió en una desgracia. La condena creó un sentimiento de vergüenza colectiva y Ezquioga pasó a ser un tabú que no debía mencionarse.
En 1984, un contristado historiador vasco me decía que allí las cosas no tendrían remedio hasta que no se reparase el desaire que se había hecho a la Virgen en Ezquioga” (A, pp. 228, 247, 248 y 249).

Y después dicen que no entienden lo que pasa en las Vascongadas o en España, en Europa y en el Mundo: ustedes mismos.

Ángel Manuel González Fernández, mayo de 2011.







martes, 1 de marzo de 2011

GRIS: UN "PERRO" MUY ESPECIAL

Aparecía y desaparecía misteriosamente; nadie le vio comer, beber o dormir; tenía más de treinta años pero conservaba el mismo aspecto del primer día que apareció; y por el color de su pelo le llamaron Gris.
Muchas personas vieron y acariciaron a Gris, uno de esos testigos fue el profesor de dibujo Carlos Tomatis, que siendo estudiante frecuentaba el Oratorio donde conoció a Gris: “Era un perro de presencia formidable. Tenía una figura casi de lobo: hocico alargado, orejas derechas, pelo gris, altura de un metro”.
Esta es la pequeña historia narrada por el propio san Juan Bosco (I Becchi 1815-1888 Turín) sobre su misterioso amigo y fiel defensor:

“El perro gris fue ocasión de muchas conversaciones y de varias suposiciones. Muchos de vosotros lo habéis visto y aun acariciado. Ahora, dejando aparte las peregrinas historias que sobre este perro se cuentan, yo os expondré la pura verdad.
Los frecuentes atentados de que me hacían objeto aconsejaban no andar solo al ir y volver de Turín. En aquel tiempo el manicomio era el edificio más cercano al Oratorio; todo lo demás eran terrenos llenos de espinos y acacias.
Una tarde oscura, algo tarde ya, volvía a casa solito, no sin algo de miedo, cuando veo junto a mí a un gran perro, que, a primera vista, me espantó; pero, al no amenazarme con actos de hostilidad, sino haciéndome mohínes como si fuera yo su dueño, nos pusimos pronto en buenas relaciones y me acompañó hasta el Oratorio. El mismo hecho se repitió otras muchas veces; de modo que puedo decir que el Gris me ha prestado importantes servicios. De éstos expondré algunos.
A fines de noviembre de 1854, una tarde oscura y lluviosa volvía de la ciudad, y, para andar lo menos posible por despoblado, venía por el camino que desde la Consolata va hasta el Cottolengo. A cierto punto advertí que dos hombres caminaban a poca distancia delante de mí. Estos aceleraban o retardaban el paso cada vez que retrasaba o aceleraba yo el mío. Cuando intentaba pasar a la otra parte para evitar el encuentro, ellos hábilmente se colocaron delante de mí. Intenté desandar el camino, pero ya no llegué a tiempo; ellos, dando repentinamente dos saltos atrás, y en profundo silencio, me tiraron un manta sobre la cara. Me esforcé en no dejarme envolver, pero inútilmente; aún más, uno probaba a amordazarme la boca con un pañuelo. Quería gritar, pero no podía. En aquel momento apareció el Gris, y, aullando como un oso, se abalanzó con las manos sobre la cara de uno y con la boca abierta hacia el otro, de modo que tenían que envolver al perro antes que a mí.
-Llame a su perro –se pusieron a gritar espantados-.
-Sí, sí, lo llamaré, pero dejad en libertad a los viandantes.
-Pero llámelo pronto –exclamaban-.
El Gris continuaba aullando como un lobo o como un oso rabioso. Lo llamé y los dejó. Reemprendieron ellos su camino, y el Gris, siempre a mi lado, me acompañó hasta llegar a la obra del Cottolengo. Rehecho del espanto y repuesto con una bebida que la caridad de aquella obra sabe siempre encontrar oportunamente, me fui a casa con una buena escolta.
Las tardes en que no iba acompañado de nadie, pasadas las edificaciones, veía aparecer al Gris por un lado del camino. Muchas veces lo vieron los jóvenes del Oratorio; pero una vez nos sirvió de entretenimiento. Los jóvenes de la casa lo vieron entrar en el patio: unos querían pegarle, otros emprenderla a pedradas.
-No hacerle mal –dijo José Buzzetti-; es el perro de Don Bosco.
Entonces todos se pusieron a acariciarle de mil maneras y lo acompañaron hasta mí. Estaba yo en el refectorio, cenando con algunos clérigos y sacerdotes y con mi madre. Ante la inesperada visita, todos se extrañaron.
-No temáis –les dije-, es mi Gris, dejadlo venir.
En efecto, dando una gran vuelta en torno a la mesa, se me acercó muy contento. Yo lo acaricié y le ofrecí comida, pan y cocido, pero él lo rehusó; aún más, ni siquiera quiso olfatearlo.
-¿Entonces qué quieres? -añadí-.
El no hizo más que sacudir las orejas y mover la cola.
-Come o bebe, o estáte quieto –concluí-.
Continuó entonces sus muestras de complacencia, apoyó la cabeza sobre mi mantel, como si quisiera hablarme y darme las buenas noches; después, con gran maravilla y alegría, le acompañaron los jóvenes hasta fuera de la puerta.
La última vez que vi al Gris fue el año 1866, al irme de Murialdo a Moncuco, a casa de Luis Moglia, mi amigo. El párroco de Buttigliera me había entretenido, por lo que me sorprendió la noche a mitad de camino.
“¡Oh si estuviese aquí mi Gris! –pensé para mí-; ¡qué oportuno sería!”. Dicho esto subí a un prado para gozar del último rayo de luz. En aquel momento, el Gris me salió al encuentro con gran alegría y me acompañó el trecho de camino que me quedaba, que era todavía de tres kilómetros. Llegado a casa del amigo donde se me esperaba, me advirtieron que pasara por un lugar apartado para que mi Gris no se peleara con dos grandes perros de la casa.
-Se desharían si se mordiesen –decía Moglia-.
Hablé con toda la familia, fuimos después a cenar, y a mi compañero se le dejó descansando en un rincón de la sala. Terminada la cena:
-Conviene dar la cena también al Gris –dijo el amigo-.
Tomó algo de comida, se la llevó al perro, al que buscó por todos los rincones de la sala y de la casa; pero el Gris no se le encontró más. Todos quedaron maravillados, porque no se había abierto ni la puerta ni la ventana, ni los perros de la familia dieron alguna señal de su salida. Se renovaron las pesquisas por las habitaciones superiores, pero nadie pudo encontrarlo.
Esta es la última noticia que yo tuve del perro gris, que fue ocasión de tantas preguntas y discusiones. Y nunca me fue dado conocer al dueño. Yo sólo sé que aquel animal fue para mí una verdadera providencia en los muchos peligros en que me encontré”.

Parece ser que fue en 1866 cuando los testigos vieron por última vez a Gris; pero no Juan Bosco, que le volvería a salir al encuentro y le acompañaría en una oscura noche de 1883 cuando regresaba de Ventimiglia camino de Vallecrosia, según confesó Juan Bosco a una familia de cooperantes de Marsella. La señora de la casa quedó sorprendida por la edad que debía de tener Gris -más de 30 años-, a lo que Juan Bosco respondió de forma evasiva: “Tal vez fuera el hijo o el nieto del otro”:
Rodolfo Fierro. Biografía y escritos de San Juan Bosco. Madrid, 1955, pp. 235 a 237.

Ángel Manuel González Fernández, enero de 2011.